Ha llegado un punto en el que nos hemos acostumbrado de forma notable a consumir productos producidos enteramente por máquinas que, antaño, se hacían a mano. Desde una barra de pan a unas pastas, desde una tableta de chocolate a una pieza de bollería. Sin embargo, en los últimos años estamos volviendo de forma considerable a lo artesanal. Nos anima saber que algo está hecho por una persona, con sus manos, para consumirlo. Y lo que es mejor: lo apreciamos. Porque se nota. Con las galletas de la bakery belga Generous sucede exactamente eso.
Desde un pequeño edificio que pasa desapercibido en las calles de Bruselas, en el cruce entre el río Senne y el canal, se hacen sus exquisiteces. Entre aquellas paredes, y también fuera de ellas por fortuna de los vecinos y quien pise esas calles, se respira artesanía, trabajo bien hecho y amor por las galletas. Hechas a mano, orgánicas y sin gluten. Dedicación en la consecución del sabor tradicional del dulce, fusión con nuevos sabores que perfectamente pueden transformarlo en salado y una buena dosis de horno.
Sus fundadores, que también elaboran pasteles, son incansables buscadores del gusto. Es por eso que a diario, a la hora de ponerse a crear una nueva galleta o un nuevo pastel prueban diferentes harinas, de aquí y de allí, buscan qué nuevos ingredientes podrían hacer miga con ellos, de todo tipo, y cuando están convencidos del buen resultado, echan a andar. Así han nacido galletas como las Charlotte Chocolat, con delicioso sabor a chocolate belga, avellanas y flor de sal; las Sylvain Speculoos, las tradicionales galletas belgas navideñas conocidas como spéculoos pero hechas con harina de trigo sarraceno; o las Céline Citron, galletas con aroma natural de limón.
Todas ellas se presentan en vistosas bolsas de 125 gramos en las que los nombres propios que denominan cada receta toman forma con la ilustración de un personaje que los representa. Generous son de esas galletas que uno nunca puede dejar de gozar.
