Blanc Limé, el refresco bordelés

Etiqueta del vino Blanc Limé
Hoy os traigo gracias al magnífico grupo de cata donde participo, el resurgir de un refresco de la zona de Burdeos a base de vino. Porque los refrescos con vino, ¡son más refresco!
Por Óscar Soneira
13 de octubre de 2020
Vinos

Tener un grupo de cata es indispensable. Si eres de esos intensitos del mundo del vino, si tienes el Santiago Rivas carnet de Winelover o simplemente te gusta experimentar en tus carnes la búsqueda de vinos nuevos, lo necesitas. Un grupo de cata mínimo, luego si tus dotes sociales, laborales o familiares te lo permiten, dos o tres grupos. Catar y catar y volver a catar. Pero en grupo. Porque a los grupos de cata no se va a aprender -que sí se aprende-, se va a putear al prójimo. ¡Esto es lo más divertido!

Sí, sí, sí puesto que más de uno por adquirir la última botella de Ganevat, beberse un par de burbujitas de Laherte-Freres o llevar a los amigos un Niepoort blanco, va de un subidín que lo flipas. Luego van por los stands de las ferias dando lecciones a los bodegueros de cómo hacer sus vinos, porque claro, ven un vino de Terra Alta tinto y tras probarlo le dicen inquisitivo a sottovoce –"esto es garnacha, ¿verdad?"–. ¡Por supuesto! Al igual que acertar el tempranillo en Ribera o la viura en Rioja, tienes un alto porcentaje de acierto pedazo de Watson. Esto no te convierte en un experto catador. Por eso, putear en el grupo de cata es genial. Es una cura de humildad enorme. Entiéndase por putear, buscar vinos indescifrables, únicos o rarezas desconocidas, todo esto hace bajar de las nubes a más de uno. Y por el placer de ver sus caras. Para que se me entienda mejor y sirva como ejemplo, si por casualidad te ponen una Macabeo, de Bullas y elaborada por un francés, vas a estar más perdido que un pulpo en un garaje, ya que tener registrada esta uva en esa región, es casi un imposible.

Pero eso mismo es lo realmente bueno, ahí es donde encuentras las autenticidades. Los vinos difíciles son los mejores, dejando atrás la cura de humildad, porque encuentras verdaderas joyas. Esto es lo que me pasó no hace muchos días. Tengo el honor de presenciar y estar en las catas de los Impitoyables. Una especie de iluminatis del vino, grupo más longevo que muchos de vosotros y gente de bien. Las cuatro últimas de estas catas las está llevando Adolf Gómez, menudas cuatro últimas. Cómo no, a veces trae un gato encerrado. Uno de esos que salvo por un 0,1% de probabilidades lo has probado hace poco y te acuerdas. En este caso fue un imposible. El Blanc Limé.

Botella de vino Blanc LiméÒscar Soneira

Este vino, que lo es y no, resultó ser un refresco a base de vino. O un vino convertido a refresco. O un soplo refrescante y agradecido de humildad y qué guay todo. Fijaos que, a ciegas, parecía un Muscat con algo de carbónico, tan imperceptible, tan sutil, que uno pensaba era el restante de la fermentación. Sí, lo digo así sin peros, para si lo catan sin ser a ciegas, tengan la oportunidad de ponerme a parir. Me la trae al pairo. Fue una delicia en boca. Esa entrada fina, refrescante, aromática y cítrica era una oda a un tiempo ya pasado. El entre tiempo de primavera a verano. Me transportó directo a unos días de verano pasados en Cinque Terre. O a los jardines de una casa en pleno corazón del Vallés… o las mañanas de mi perdido barrio de infancia. ¡Por estas cosas bebo vino! Esa capacidad de transportar la memoria a un momento o lugar de tu vida.

Pues la historia del Blanc Limé es bien curiosa. Resulta que este aperitivo, refresco de vino, cóctel o como lo queráis llamar, era muy famoso en la zona del sudoeste francés o más conocida por Burdeos. Se popularizó en los cincuenta del siglo pasado en los cafés o restaurantes como entrante o para acompañar los aperitivos. Un aperitivo a base de vino blanco, partiendo de Sauvignon Blanc o Semillón, las dos grandes castas de la denominación. Con un exprimido a base de cítricos, pomelo, limón o bergamota en su haber y un golpe de agua de Seltz. Me recuerda y mucho a un Spritz italiano, pero a la frenchie. Aunque claro, los franceses tienen ese recurso para aromatizar sus bebidas y hacerlas más civilizadas al paladar -salvo por la Coca-Cola de vainilla-, cosa que no tiene el amargo refresco creado en el Alto Adige. Evidentemente la receta es de presuponer cambiaría algo dependiendo de quién la hiciera. Esta botella que ahora tengo en mano tiene una receta creada por un bodeguero, Jeremy Ducourt, proveniente de una saga familiar en la zona de Entre-deux-mers y el insistente propietario del restaurante La Tupina, Pierre Xiradakis. La base es simple, todo es vino a partir de Sauvignon blanc y algo de Semillón, exprimido de citricos de pomelo, lima y bergamota, con un toque de dióxido de carbono en el embotellado. Pierre instó a la familia Ducourt a recuperar tan afamado refresco que puso el esplendor en las mesas bordelesas. Llevado a buen puerto ahora, lo están comercializando para llegar a las mesas de todo el mundo… ¡y qué de puta madre todo oigan! Gracias a ello, ya tengo otro refresco a base de vino que añadir a mi lista. Este próximo verano podremos tomar tinto de verano, sangría, rebujito, Spritz o el sofisticado Blanc Limé.