Desde San Esteban de Gormaz en la provincia de Soria hasta Quintanilla de Onésimo en la de Valladolid. Éste es el territorio por el que se extiende de este a oeste a lo largo de algo más de 100 kilómetros la Denominación de Origen Ribera del Duero, bordeando el curso de este río y atravesando municipios de Burgos y Segovia además de las dos provincias anteriormente citadas.
Hablamos de una de las D.O.s con mayor reconocimiento y prestigio en España, conocida particularmente por sus vinos tintos y con unos orígenes en cuanto a la producción vitivinícola que, al menos por lo que indican los vestigios históricos más longevos encontrados hasta la fecha, se remontan 2.000 años en el tiempo: es un mosaico romano de alegorías báquicas de 66 metros cuadrados descubierto en la localidad burgalesa de Baños de Valdearados durante la vendimia de 1972 el que nos sitúa históricamente.
En lo que respecta a su constitución como D.O. tal y como hoy se conoce, su origen lo encontramos en la iniciativa de bodegueros y viticultores que quieren dar un impulso a la producción de vino de la región, desembocando así en la formación del Consejo Regulador cuya primera acta es de julio de 1980. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación concede dos años después la condición de Denominación de Origen y aprueba su primer Reglamento.

Es precisamente a través de sus normas donde conocemos cuáles son las condiciones con las que tiene que contar un vino para poder adscribirse a Ribera del Duero, empezando por sus variedades de uva:
- Variedades tintas: Tempranillo (conocida en la zona como Tinta del País), Cabernet-Sauvignon, Merlot, Malbec y Garnacha Tinta.
- Variedades blancas: Albillo.
Normas que también nos indican la cantidad máxima de uva que puede ser producida por hectárea y que se limita a 7.000 kg y, cómo no, la composición de sus caldos. En ellos la protagonista sin duda es la uva Tempranillo, que en el caso de los tintos ha de estar presente en al menos en un 75% y sin que la Garnacha Tinta y la Albillo puedan superar, juntas o separadas, el 5%. Por otra parte los rosados deben contar con un mínimo de 50% de las tintas autorizadas por la D.O.
También se indica en las reglas que rigen la producción ribereña cuál es el proceso de crianza y envejecimiento para cada uno de los tintos:
- Tinto Joven: sin crianza en barrica o inferior a 12 meses.
- Tinto Crianza: envejecimiento no inferior a 24 meses teniendo que pasar 12 de ellos en barrica de roble.
- Tinto Reserva: ha de ser envejecido durante 36 meses pasando al menos 12 de ellos en barrica de roble.
- Tinto Gran Reserva: para este se indica un periodo de envejecimiento de 60 meses, 24 de los cuales tendrá que estar en barrica de roble.

A su vez, para garantizar en la fase de distribución del producto su autenticidad y calidad, el Consejo Regulador avala con un distintivo especial cada una de las botellas, haciéndolas únicas precisamente gracias a él. Este indica el tipo de vino que contienen además de un código único. En el caso de los rosados y los jóvenes, además, se indica el año de cosecha.
Las condiciones climatológicas que moldean el sabor de la vid en la zona y que son esenciales para imprimir la personalidad de la que gozan los vinos, se caracterizan por un índice de lluvias moderado tirando a bajo: no más de 450 mm anuales. A su vez en lo que a temperatura se refiere hablamos de un clima duro y con una amplitud térmica amplia, que deja un contraste muy marcado entre los meses de frío y calor. No en vano nos hallamos ante veranos secos y rigurosos donde es fácil alcanzar los 40º de temperatura en muchos días y unos inviernos donde la temperatura puede caer hasta los -15º en muchos lugares. Estaríamos hablando de un clima con clara influencia mediterránea por sus más de 2.400 horas de sol pero con un destacado componente continental.
En cuanto al suelo donde crecen los viñedos se ubica en una zona de la meseta septentrional arrasada y recubierta por sedimentos de época terciaria y compuestos en gran parte por arenas limosas y arcillosas. El Duero transcurre por este territorio suavemente ondulado, donde su altitud se sitúa entre los 750 y 850 metros pero donde se alcanzan cotas que superan los 900.

Con tantos años de presencia en estas tierras, el cultivo del vino ha condicionado en buena medida la vida de sus habitantes, cuya actividad económica en el sector agrícola gira principalmente en torno a su producción. Su importancia puede apreciarse en la propia arquitectura de muchas de sus bodegas, excavadas bajo la superficie en galerías horadadas a mano a una profundidad de entre 9 y 14 metros. En la actualidad se conservan un buen número de ellas pero han convertido su uso dejando paso a negocios vinculados al sector como enotecas, museos o restaurantes. Actualmente la innovación en el cultivo ha favorecido construcciones más funcionales pero que, en muchos casos, no han impedido apostar por arquitecturas vanguardistas.
Con más de 200 bodegas adscritas al Consejo Regulador, se trata de una de las Denominaciones de Origen de España más internacionales, y que nombres tan ilustres como Vega Sicilia o Viña Sastre han contribuido a engrandecer.