A pocos pasos de la Plaza Mayor de Madrid, en el epicentro de lo castizo, el Mercado de San Miguel es el único vestigio de aquellos mercados municipales construidos en hierro, ejemplos magníficos de la denominada arquitectura de hierro. Un complejo más que centenario que ha vivido de forma pionera la transformación que poco a poco ha llegado a otras plazas de su misma índole: la evolución en lo que se ha llamado un mercado gastronómico.
Desde el periodo medieval, en esta zona se comerciaba. Los diferentes gremios, desde labradores a artesanos, vendían sus productos a las gentes de la ciudad. Mucho más tarde, a finales de 1809, el rey José I Bonaparte ordenó llevar a cabo la demolición de la iglesia de San Miguel de los Octoes, el templo que hasta ese momento había ocupado el solar sobre el que se levantaría el mercado que hoy conocemos. La ciudad estaba necesitada de espacios abiertos, según el monarca de origen francés, y este derribo se enmarcaba dentro de las medidas que tomó para solventarlo.

En el espacio que quedó se dio forma a una plaza y comenzó la celebración regular de un mercado de productos perecederos. Durante la segunda mitad del siglo XIX, con el desarrollo de una conciencia higienista, surgió la concepción de plazas de abastos cubiertas, con el fin de que las garantías sanitarias de los alimentos que en ellas se vendían fuesen mayores.
En 1875 se construyó el mercado de Mostenses, en 1875 el de la Cebada, en 1876 el de Chamberí y en 1882 el de la Paz. Todos ellos con estructura de hierro y todos ellos desparecidos o remodelados profundamente a día de hoy. Finalmente, en mayo de 1916, fue inaugurado el de San Miguel, el quinto de los mercados cubiertos de Madrid.

Manteniendo su estructura prácticamente intacta, con el añadido más notorio de un acristalamiento posterior, el mercado es a día de hoy uno de los más claros ejemplos de la transformación que han vivido estos centros comerciales vitales de cualquier ciudad. De aquellos puestos en los que se vendían productos frescos como vegetales, frutas, carnes o pescados, con el fin de llenar la despensa de los vecinos, pasamos a modelos mixtos en los que estas paradas se entremezclan con ofertas de ocio.
Bares de toda índole e incluso restaurantes limitados a la barra que pueden plantar en su puesto se funden con comercios especializados en la venta de materias primas de una calidad superior, de productos delicatesen destinados a un público que busca un plus. Degustar unos cuidados aperitivos, cenar tapas inspiradas en las últimas tendencias de la alta cocina, tomar una copa, unos buenos vinos y nutrir la despensa con productos difíciles de encontrar en cualquier otra plaza diferencian al Mercado de San Miguel de Madrid.