El acomodado barrio parcialmente proyectado por el constructor que le da nombre, José de Salamanca y Mayol, Marqués de Salamanca, fue fruto de una necesidad. Desde que en 1561 la corte del rey abandonase Toledo para establecerse en Madrid, la población de la ciudad regada por el río Manzanares no había dejado de aumentar.
Durante el siglo XIX, especialmente, los barrios comenzaron a quedarse pequeños y un ensanche se hacía más que necesario. Así se dio forma al Plan Castro, llamado así en honor a uno de los urbanistas que lo promovió, inspirado por el crecimiento de una ciudad referente como París, y se construyeron barriadas como el actual distrito de Salamanca, en el que las clases más pudientes de la época encontraron su hogar.
En este contexto de crecimiento demográfico, las necesidades de los nuevos vecinos debían ser satisfechas y poder abastecerse de alimentos sin abandonar la zona era una de las capitales. Es por ello que en 1879, sobre un solar elevado de planta rectangular, se inicia la construcción del Mercado de la Paz a partir de un proyecto del famoso ingeniero francés Alexandre Gustave Eiffel.

El centro, inaugurado unos años más tarde, en 1882, terminaría siendo el último de los mercados municipales construidos en el siglo XIX. Un edificio modernista que, pese a su valor, fue transformado profundamente en los años cuarenta para, en los ochenta, volver a reformarse hasta presentar su actual aspecto. Una remodelación que lo alejó de su proyecto original, similar al Mercado de San Miguel, aunque lo salvó de su más que probable desaparición.
El actual Mercado de la Paz de Madrid continúa siendo, pese a todo, uno de los más importantes de la capital. Es el mercado de abastos de toda la vida, el lugar al que vecinos y hosteleros acuden en busca de los mejores productos frescos, desde carnes a pescados pasando por vegetales y un sinfín de especialidades. Al mismo tiempo que es también el mercado de abastos de este siglo.
Con servicio a domicilio, presencia en plataformas como Amazon, diversificación de la oferta comercial con otra clase de productos, que van más allá de las materias primas alimenticias, y una propuesta restauradora de calidad contrastada, con un principal exponente, Casa Dani. El restaurante informal al que acuden toda clase de públicos en busca de una cocina casera excelsa, preparada con mimo y servida con la premura que demanda un ritmo de vida como el que vivimos.