Chamberí lleva tiempo llamando la atención. Este noble distrito madrileño vive en los últimos años un envidiable despertar gastronómico. La calle Ponzano ha llevado la voz cantante con restoranes insignes como Sudestada o Sala de Despiece, por nombrar dos grandes ejemplos, pero esa fiebre culinaria se ha extendido más allá llegando incluso a esos sitios que parecen haber estado siempre, como su mercado de abastos.
Originario de la segunda mitad del siglo XIX, el contemporáneo Mercado de Chamberí, el que hoy conocemos, no fue una realidad hasta que finalizó una profunda reforma en 1943. Con él, situado en el número 10 de la calle Alonso Cano y con acceso desde otras dos vías, el distrito llegó a los cuatro mercados sumando el de Olavide, desmantelado en los años setenta, el de Vallehermoso y el de Guzmán el Bueno.

Las más de siete décadas de historia reciente le han valido para consolidarse como uno de los mercados con mejor salud de la ciudad, siendo uno de los referentes de la red de mercados municipales. Gracias a la variedad de productos que ofrece a sus clientes, desde carnes a pescados o vegetales, pasando por embutidos, panes, cafés y pasteles; su adaptación a diferentes épocas, dando entrada a comercios más allá de la propia alimentación, como tiendas de ropa o menaje; y su más reciente transformación.
La Chispería, el espacio gastronómico del mercado
En la pasada primavera, en plena fiebre por los mercados gastronómicos, uno tradicional como es el de Chamberí apostaba por mantener su esencia al mismo tiempo que se abría la restauración. En uno de sus espacios, ampliamente abierto con varios puestos rodeándolo, surgió La Chispería. Un lugar que alude al sobrenombre que recibían los chulapos de este barrio, «chisperos», y reúne la oferta gastronómica de una decena de restaurantes que se disfruta en mesas compartidas.

Destacan puestos como El Rincón de Lupe, donde la cocina más castiza se elabora con productos frescos comprados en el mismísimo mercado, siendo platos fuertes sus variadas tortillas de patatas, sus lentejas, otros platos de cuchara y, por supuesto, callos, con vermú regando el aperitivo. Espacios como el de El Loco Antonelli, que acerca el mar hasta este céntrico barrio con platos como las kokotxas de merluza con salsa de callos del «puesto de Madrid» o pulpo al estilo canario con mojo picón casero. O paradas como La Valona, que se dejan llevar por la fusión de la gastronomía patria con la mexicana, con elaboraciones tan singulares como las quesadillas de callos o el taco de chamorro, res gallega madurada un mes acompañada de mole y aguacate.