Pocos autores rusos disfrutaron de una vida tan intensa y azarosa como Aleksandr Pushkin, quizá el máximo exponente del romanticismo en su país y en gran parte de Europa. Bohemio, conquistador, aventurero y bon vivant, Pushkin es considerado como el fundador de literatura rusa moderna. Poeta, dramaturgo, autor… Murió antes de los 40 años, no sin dejar un legado legendario.
Corría el 27 de enero de 1837. Pushkin desafió a duelo al diplomático y soldado francés Georges d’Anthes, debido a ciertas libertades que el soldado se había tomado con su mujer, Natalia Goncharova. Los rumores sobre esta relación se hicieron tan grandes que, pese a la insistencia de los amigos del poeta, no se pudo evitar la confrontación.
Poco antes de salir para su duelo, junto al Río Moika, Pushkin acudió a uno de los lugares que más le gustaban de toda la ciudad, situado en plena Avenida Nevsky. Allí, donde tantos buenos ratos había pasado con sus amigos, se tomó una limonada y algo ligero de comer -o eso se cuenta- y se hizo el ánimo de enfrentarse a su destino.

Dice la leyenda que la pistola de Pushkin fue manipulada y que no tuvo ninguna oportunidad para defenderse. D’Anthes le acertó en el estómago y el gran poeta ruso murió dos días después entre grandes dolores. Su obra, sin embargo, se volvió inmortal.
El Café Literario se transformó poco a poco en el Café Pushkin. Dentro de un gran palacio diseñado por el propio Vasily Stásov, en tiempos había sido una pastelería de renombre llamada Wolf and Brenger, hasta que la época de los grandes cafés europeos llegó a Rusia. El local cambió por completo y se convirtió en uno de los centros culturales más importantes de San Petersburgo, poco después de la muerte del poeta.
Además de Pushkin, muchos otros grandes literatos rusos se convirtieron en asiduos del café, destacando nombres tan importantes como Dostoyevski o Lérmontov. Sin embargo, con la llegada de la revolución, el café languideció durante muchos años, pero hoy en día sigue abierto y es uno de los lugares más turísticos de la ciudad.

Con una decoración propia de los grandes cafés del siglo XIX, en el Café Literario sirven comida tradicional rusa, sin dejar de lado la modernidad, con especial atención al servicio y los detalles. El ambiente recuerda a la época romántica simbolizada por Pushkin y sus dueños mantienen el mismo amor por la literatura que lo ha caracterizado durante más de un siglo. Quizá a la espera de que el fantasma del poeta se sienta a gusto entre las mesas y los viejos libros.