Uno pone un pie en Asturias y por la cabeza se le pasan platos de fabada, cachopos que no caben en el plato y sidra, bien escanciada, a raudales. Pero si uno está en una ciudad como Gijón —cómo no desear estar en ella— y va un poco más allá del trío de clásicos ineludibles, debe pensar en dulce. Y si piensa en dulce, con solera y categoría reconocida, debe cavilar obligatoriamente con la Confitería La Playa.
De las muchas que hay en la ciudad, esta confitería es la más antigua todavía en activo. Fundada en 1921 y a las puertas del centenario, en ella es inevitable respirar el dulzor de bonitos tiempos pasados. Sentir la añoranza de su historia viva y sus dulces creaciones.

Aquellos primeros lustros del negocio recién abierto por Ambrosia García y Fabián Castaño, cuentan que inspirados por los locales de pastelerías que conocieron en un viaje a centro Europa, a unos pasos de la playa de San Lorenzo, de donde venía su nombre. El posterior traslado, en 1938, a la céntrica calle Corrida. El cierre del salón de té que tenían, para centrarse en los quehaceres propios de la confitería. La medalla al trabajo que recibió a mediados del siglo pasado. La entrada de la segunda generación, a partir de los setenta y actualmente ya en la cuarta.
Y cómo no sentir, entre sus paredes, tras su escaparate, frente al mostrador, las notas dulces que desprende esa exquisitez que acompaña a la histórica confitería desde su nacimiento. Esa delicada creación que, a partir de los noventa, se presenta ante quien tiene la suerte de degustarlas dentro de unas cajas de cartón, coloristas, recuerdo de las populares casetas de la playa de Gijón. Esas princesitas de La Playa.

Una deliciosa delicatessen elaborada artesanalmente a base de almendra, yema y un baño de azúcar, en el que dos rosquillas convertidas en una suerte de mazapán encierran una deliciosa crema hecha con la yema. Sublime.
Aunque no son el único clásico de la Confitería La Playa... A ellas se suman las pastas de nuez, dos pequeñas pastas de té rellenas de un praliné, bañadas en chocolate y cubiertas por una nuez; sus yemas, hechas artesanalmente como mandan las recetas más tradicionales; sus tartas, como la de fresas; o su gran variedad de bombones rellenos, entre los que destacan los de trufas de nata y los negros con más de un ochenta por ciento de cacao.