La vida de bartender te brinda infinitas posibilidades, algunas tan insólitas como mágicas. Es por eso que, cuando me comentaron de la posibilidad de realizar una acción a bordo de un avión, la emoción que me embargó fue tal que volví a sentirme un niño. Pocas cosas generan tal cosquilleo como las aeronaves. ¿A quién no lo llevaron a verlos despegar? Era algo que me encantaba de chico (y que hoy comparto junto a mis sobrinos). Todo lo que tenga que ver con al aire te lleva a pensar en superestrellas, algo inalcanzable y genera admiración. ¿Quién no se ha quedado boquiabierto al ver pasar a la tripulación? Pocas profesiones generan semejante reacción. El piloto es todopoderoso: él habla y el mundo se calla. Bonita tarea la mía, ¿no? Subí al avión de Iberia casi sin dormir (la adrenalina era tal que ni sueño tenía), la compañía operaba de nuevo su ruta hacia La Habana y y mi misión era darle una sorpresa a los pasajeros.
Entré antes, junto a los de uniforme. Armé todo y se depositó una carta entre los asientos del pasaje explicándoles cómo se preparaba un mojito. “Sí, bueno. Pero en lugar de decirnos cómo hacerlos, nos gustaría probar uno. ¿No?”, los escuché decir al subir. Fuerte fue mi risa y grande su sorpresa cuando inicié el taller a bordo sobre cómo elaborarlos y pasé con el carrito para que los probaran. La gente estaba súper entusiasmada. La aceptación fue tal que tuve que hacer más y más. Había calculado que alguien querría repetir. Uno, tres, diez… ¡jamás todo el avión! Fue brutal, pero nada más lindo que hacer algo que le gusta a la gente. La magia sucedió: logramos montar 400 mojitos. Mojitos a 31.000 pies, ¿qué más? Fue un acierto, una linda sorpresa y un viaje de nueve horas memorable.

Aterrizado en La Habana seguí encontrándome con personas que habían viajado en ese vuelo, que me frenaban por la calle para decirme lo ricos que estaban los mojitos y lo increíble de la experiencia que habían vivido. No hay palabras para expresar lo gratificante que fue para mí también. No solo por permitirme ser parte de algo que gustó, sorprendió e hizo disfrutar al resto sino por hacerme sentir un niño de nuevo. Vivir una experiencia inédita, hacer lo que más me gusta y dejarme volar.
¿Brindas conmigo probando este clásico?

Mojito
Diego Cabrera
- 4 cl de zumo de limón exprimido
- Azúcar
- Hierbabuena
- Ron
- Hielo picado
En un vaso de trago largo agregamos 4 cl de zumo de limón exprimido, 3 cucharadas (de bar) de azúcar y removemos para disolverla. Un manojito de hierbabuena (hoja y tallo) y majamos para extraer su jugo intentando no romper las hojas, 6 cl de ron y hielo picado. Completamos con soda y decoramos con ramita de hierbabuena.
¡Salud!