Alison y David Lea-Wilson se conocieron hace unas cuantas décadas en la Universidad de Bangor, en el norte de Gales, y el amor los unió. Tras graduarse y deseando pasar la vida juntos en comunión con la naturaleza, se trasladaron a la cercana isla de Anglesey y comenzaron a buscar formas que les permitiesen vivir trabajando en ese verdadero paraíso natural.
Su primer negocio fue del cultivo de ostras, una pequeña empresa que se convirtió rápidamente en mayorista y estuvo más de una década en activo, nutriendo de este suculento molusco a restaurantes y establecimientos de la zona.
Su fascinación por la fauna marina era compartida por un común de visitantes que se acercaban hasta aquel rincón de Gales y así, en 1983, decidieron abrir un zoológico marino que terminó convirtiéndose en el acuario más grande de Gales.
Su afán emprendedor y la estacionalidad de sus dos empresas, hicieron que los Lea-Wilson se sentasen a pensar qué podían hacer para continuar viviendo en los meses de invierno, cuando ni ostras se vendían ni apenas visitantes recibía su centro.
Tras meses de ideas encontradas y descartadas pusieron una olla de agua de mar al fuego, en su cocina familiar, y vieron como la sal comenzaba a cristalizar. Sal de Anglesey. Ahí estaba su negocio, ahí nacía Halen Môn.
Desde entonces, hace casi dos décadas, la pareja se dedica a la obtención de sal de las aguas de esta isla británica, sal marina de gran calidad que con sumo acierto combinan con diferentes sabores y ofrecen en diversos packagings. Así, por ejemplo, podemos encontrar sal aderezada con pimienta negra, ajo tostado, chile, patatas o simplemente sal pura, en envases que van desde bolsas de varios kilos a originales botes cerámicos.
Sal de calidad y con un buen número de sabores para poner dar un toque diferente a nuestros platos.