Tío Pepe Una Palma, la sherry evolution

Tío Pepe Una Palma
Bodegas Gonzalez-Byass
Tras la icónica imagen de una botella con sombrero y chaquetilla se encuentra uno de los vinos españoles que más fronteras ha cruzado. Tío Pepe es la singularidad en el Marco de Jerez, un fino capaz de llegar a los casi dos siglos. Una Palma nos trae la primera de sus actuales cuatro estaciones.
Por Óscar Soneira
01 de abril de 2022
Vinos

¡Hola mis queridísimas Winelievers! Hoy nos ponemos un poco chungas y metafísicas porque vamos a hablar de algo serio, vamos a hablar de logos. ¿Y para qué sirven los logotipos? Sirven para que una marca sea identificada con un símbolo, claros son los ejemplos del maldito lagarto de Lacoste o el jodido osito de Tous. Ya sabemos que nosotras somos más de LV o CH. En todos los ámbitos suelen existir tipos de logotipos, la gran mayoría pasan sin pena ni gloria, pero muchos otros tienen fama a nivel mundial. En España no ha sido menos el caso de alguno de ellos, pero ¿y en el mundo del vino? Nadie, o casi nadie tiene un logotipo que dé la talla en este sentido… or wait! Sí que lo tenemos, es una botella, tiene sombrero y chaquetilla súper cuqui, y sabes perfectamente cómo se llama: Tío Pepe, de González-Byass.

El veterano vino procedente del marco de Jerez es icono desde hace más de un siglo, aunque no sería hasta 1935 que recibiría esa imagen que lo eleva de icono a iconoclasta, ya que somos muchas las parroquianas que veneramos a este pálido placer. El mítico sombrero de ala ancha y chaquetilla roja que lo acompaña en marquesinas, anunciados, folletos o incluso vistiendo la misma botella. Vamos a ver de dónde le viene la casta a este galgo. En 1835 un joven, intrépido e inquieto bancario llamado Manuel María González Ángel, sanluqueño de cuna, se veía ávido del incesante negocio que formaba parte de su entorno, los vinos del Marco. Este animoso joven de olfato sabuesil para los negocios aprovechó unos pequeños fondos que atesoraba para embarcarse en una aventura que hoy dura ya casi dos siglos. Fue con la ayuda de un familiar, don José Ángel y Vargas, el tío Pepe como lo llamaba Manuel. Atesorando todos los conocimientos de don José Ángel y apostando por los vinos pálidos del Marco, Manuel saca a la venta en 1849 las primeras botellas de Tío Pepe, un fino pálido con el nombre de su estimado tío como homenaje. El resto es ya una historia repleta de éxitos, de momentos más y menos duros, pero ante todo de un símbolo de calibre internacional.

Este éxito hoy día es prolongado gracias al mayor de sus parroquianos, don Antonio Flores o como otros lo conocen por las RRSS, Hacedordevinos. Antonio Flores es el enólogo tras todo lo que acontece últimamente en González-Byass, pero sobre todo es el impulsor de la marca Tío Pepe a cotas hasta ahora desconocidas. Todo comenzó con Tío Pepe en rama, que son una delicada selección que Antonio cada año y desde ya hace doce ediciones va seleccionando de entre las botas de Tío Pepe para deleitarnos con unos perfiles extraordinarios de este fino. Evidentemente y como reza el nombre, en rama no es otra cosa que un vino directamente desde la bota, sin filtrar ni clarificar. Con este vino Antonio dio un golpe en la mesa, volviendo a situar a Tío Pepe en la élite no sólo de los vinos del Marco sino de los españoles. Este enólogo jerezano nacido en la misma bodega (para más inri, encima de una de las bodegas de Tío Pepe), conocedor de sus calles, casas, pasillos, bodegas y cualquier recoveco de ella, es un pulmón nuevo que llena de exitoso aire el futuro por llegar. Hoy día también le debemos la aparición de una nueva forma de entender Tío Pepe, la Una, Dos, Tres y Cuatro Palmas. Las Palmas cómo se las conoce, es una curada selección de viejos solerajes en las diferentes bodegas que albergan los vinos de Tío Pepe. Todas parten desde un fino de 6 años hasta un amontillado viejísimo, de este modo Antonio nos transporta a la visión que él tiene del poder de Tío Pepe y Gonzalez-Byass.

Tío Pepe Una Palma. Tan sólo tres botas de entre 139 de fino son las seleccionadas para traer este excepcional vino. Procedentes de los pagos Macharnudo y Carrascal, con una vejez de 6 años en crianza biológica. Adjetivos para él son profundidad y amplitud, ya que es un trago que se alarga, un post gusto amargo conjugado con frutos secos que permanece en tu boca. La amplitud la ofrece una salinidad increíble. Golpea duro desde buen principio, no se disipa. Lo que sucede es que el limón tiene presencia, nada tímido, descarado, salmuera y aceitunas también piden su cuota de protagonismo, almendra amarga y frutos de cáscara tostados. Todo el yodo que existe en el trago previo a morder una ostra fresca, gruesa, mantecosa y carnosa. Es explosión pura este vino en boca. Y el limón. Presencia cítrica que engalana las calles jerezanas, la flor de azahar convertida en el amarillo fruto, poesía y herencia de una época e historia de la ciudad. Como el aceite de su corteza, este perfumado aroma alimonado se expande por tu boca creando una armonía perfecta entre lo amargo y cítrico. Herencia, historia y tradición. Un fino para la eternidad.