Siccus es el nombre que según Eduard reciben las tierras de secano en Bonastre, Tarragona. Sicus (con tan sólo una c) es el nombre de una bodega. La reconoceréis porque sus botellas llevan un búho como logo. Sicus es el nombre que le dio Eduard Pié a su proyecto. Lo del búho, es porque le molan las rapaces y más en concreto estas aves nocturnas.
Un poco de homenaje a la tierra en el naming, un poco de, ¡cómo molan los búhos! en el branding. Esto no nos va a hacer comprender la bodega, más que nada porque los búhos despistan. Son una treta enternecedora del marketiniano mundo de Eduard. Para comprender el proyecto, nos hemos de centrar en el nombre. Una cosa que debes entender cuando conoces a Edu es que estás en el Massís de Bonastre (el macizo de Bonastre). Hace poco le hicimos una visita unos cuantos amigos. Uno de ellos, viñador también, le hizo una pregunta simple pero compleja.

"¿Dónde te gustaría hacer vino?". Él, rápido y sin pensarlo dijo: aquí, en Bonastre. "Tengo lo mejor de todo y unas tierras que me encantan". Así de simple. Ama esa tierra. Su tierra. Por eso, aunque pertenezca al Baix Penedès, él dice que no nos confundamos, que eso es el Massís de Bonastre. Nada a ver con el Penedès clásico. Y es que gente de buen beber, Bonastre es un pueblo de Tarragona. La última punta que marca el final de la denominación de origen Penedès, situada en el confín de una DO que se alarga más que el antiguo imperio romano. Pensad que el Alt y Baix Penedès se lo reparten tanto Barcelona como Tarragona. Una comarca dividida en dos zonas e históricamente, la más conocida es el Alt Penedès, la perteneciente a Barcelona. De ahí que Edu nos incida en la diferenciación de su territorio. Un terruño escondido en tierra de nadie y muchos a la vez, Baix Penedès su comarca, Alt Penedès y Tarragonés sus compañeros.
Todo esto acompaña una cordillera que crea sus propias depresiones, vaguadas con un terruño calizo lleno de vegetación mediterránea. Es la influencia de este mar la que se deja notar. Desde una de sus viñas, situada a cerca de 300 metros sobre el Mare Nostrum, se puede ver en el horizonte, tan bello mar. Solo 5 km en línea recta lo separa, su salino aire llega entre pinares y baña la Malvasía de Sitges que allí tiene plantada. Por eso Edu quiere reconocer esa tierra y su terruño como propio. Único.

Una peculiaridad en la elaboración de esta bodega —que ya anda por las 15 hectáreas— es la producción de sus vinos en ánforas. Comenzó su andadura con ánforas enterradas dentro de una de sus viñas. Tal y como lo lees. Con tan solo la tapa saliendo de la tierra, ahí crea una de las gamas de sus vinos, los Sons (sonidos). Reposan en la calma que el mar de tierra caliza les proporciona. Ahora, en una cueva, tiene cinco ánforas más donde realiza sus otras creaciones. Todo esto suma unas veinticinco en total, enterradas como patatas por esos campos de Baco. Podría hablarte de lo molón que resulta esto, el recuerdo a los romanos, la cera de abeja, cómo los sonidos del suelo afectan al vino. Cómo Edu, alquimista él, juega con el tiempo tanto antiguo como moderno para traernos esos grandes vinos y bla, bla, bla… que si PH, que si misticismo y ¿sabéis qué? Hasta yo me aburriría de ello.
Lo importante es la fe ciega que tiene en su proyecto, el ímpetu que le pone el jodio y la creencia en ese terruño. Si nos ponemos poéticos, es el pintor delante de sus lienzos. Cada una de sus botellas es un cuadro nuevo, donde a pincelada pura aporta todo lo que ve en su terreno. Son vinos capaces de plasmar el territorio que los envuelve. Ahora el mar, ahora la luz, el bajo monte lleno de mediterráneo verdor, el calizo y árido camino… todo ello llega a uno en cada botella. Varietales autóctonos que devuelven la vida a un paisaje, a una tierra huérfana de una actividad tan arraigada a un pueblo como es el catalán. La viña. El vino. Sonidos, perfumes, trabajo e ilusión líquidos.
Vinos en constante crecimiento al igual que el sentido y sentimiento de Edu. Inquieto elaborador con un instinto casi único. Su cuerpo le pide frescura, sus vinos también. De ahí que cada año sus vinos sean más verdes, es decir, va a buscar acidez, una extrema acidez sin perder chicha.

Si alguien se atreve a decir lo contrario es que no ha probado su Sicus Monastrell. Enorme y poderoso tinto. Cargado de fruta, con estructura y un paso por el romero y tomillo que te dejan pasmado. Todo ello no lo deja exento de esa frescura. Eso es Edu, eso es Bonastre, eso es Sicus. Todo su catálogo es una oda a sí mismo, a todo ese empecinamiento en cómo debe ser el vino de Bonastre. Sus Cartoixà (Xarel-lo) son grandes valedores de ello, pero con la Garrut o la Sumoll nos recuerda que Cataluña tenía no grandes, sino enormes varietales autóctonos para crear vinos singulares. Una gama de vinos sin complejos y directos se completan con rosados, espumosos y un dulce, todo ello a un nivel que sonrojaría a más de uno. Mente y cuerpo inquieto, no lejos de ello ofrece un guiño a los detractores de su acidez. Acidity Lovers. Un vino desenfadado para beber como quien da un refresco. Lo conozco de hace unos años y cada uno de ellos no para de sorprenderme, por su agudeza, tenacidad y sapiente juventud… ¡Ay! A ver si al final el búho va a tener algo que ver con la bodega.