La mayoría de proyectos que tienen algo que contar son aquellos que nacen de un sueño. Alonso y Pedrajo nace en Villalba de Rioja y es fruto de la amistad incondicional entre dos familias que se animaron una a la otra para embarcarse juntas en elaborar su propio vino.
La realización de un sueño
En 2011 se ponen a la práctica, localizan terreno y en octubre del 2013 ya estaban haciendo su primera vendimia. El eje principal del proyecto es la adquisición de viñedos por lo tanto no hacía falta invertir tiempo en teorías, lo que querían era ponerse manos a la obra. Sin embargo, a día de hoy todavía no tienen suficiente uva para toda su producción así que parten de un 50% de uva propia y el resto la compran a viticultores del entorno. Practican viticultura responsable y tienen cuidado exhaustivo del viñedo. Mínima intervención en suelos y cepas.
Son la primera generación de las familias que se dedican al cultivo del viñedo y para ellos es un orgullo y todo un reto. El proyecto supuso un cambio radical en su forma de vivir y en el planteamiento de futuro que les proponía vivir cada vez más cerca de la tierra. Esperan con este cambio sembrar la semilla origen de muchas otras generaciones posteriores.
Su zona, su método
Villalba, en el extremo oriental de los Montes Obarenes, es donde ellos tienen la viña. Se caracteriza por un clima mediterráneo-continental con influencia atlántica.
La crianza en sus vinos la consideran necesaria y mínimo crían 6 meses con lías todas sus elaboraciones. Una vez se embotellan, el reposo sigue estando más que presente, duermen en silencio otros largos meses. Por lo que podéis ver, el tiempo se convierte en un fiel aliado. Pero no os equivoquéis, no es que consideren que sus vinos necesitan más tiempo que el resto o que necesitan mejorar a base de tiempo, sino porque son estrictamente consecuentes con lo que quieren que descubras: los vinos con su tempo y en su momento óptimo. Hoy en día, ya sabéis la frase que inunda nuestros hechos cotidianos "el que no corre vuela" y llegan a nuestras manos vinos que ni tan solo han tenido tiempo de descansar un leve período hasta estabilizarse en su totalidad.

El blanco y el rosado, sus colores alternativos
La verdad aprovecho esta excusa, que es una ocasión perfecta, para hablar de La Rioja que va más allá de sus vinos tintos de crianzas extraordinarias. Cuando me topé con Alonso y Pedrajo lo que me llamó más la atención fueron sus elaboraciones blancas y su rosado, en boca de Alberto Pedrajo (líder y enólogo del proyecto) lo tiene muy claro: "En unos años daremos mucha guerra con el blanco", y yo creo que el momento ya ha llegado.
No perdamos de vista que no es hasta el 2007 que el Consejo Regulador de la DOCa Rioja abrió sus puertas a 6 variedades blancas para completar una lista en su momento restringida a la Viura, la Malvasía y la Garnacha Blanca. Aires nuevos, sentimientos renovados.

La Pequeñita
La Pequeñita nace con una intención muy clara: destacar el valor de lo minúsculo. Pequeños viñedos dispersos en el territorio, poca producción, elaboraciones limitadas, mínima intervención y caminos alternativos. Todo eso pretende resumir sus vinos de mini producción (solamente entre 900 y 1500 botellas de cada una de sus elaboraciones).
"Un culto a lo que hay que prestar atención, a lo diminuto. Un reflejo de que lo pequeño es bello y en ello reside la diferencia". No me hace falta añadir nada más a lo que Alberto me confiesa. Dar una segunda oportunidad a parcelas que por su poca producción siempre iban destinadas a cupajes y condenadas para siempre a no expresarse como viñedo propio sino como una parte de lo global que difunde su esencia en el camino.
Ha llegado la hora de trabajar las microvinificaciones, hacer ensayos, elaboraciones piloto, arriesgarse es la única manera de romper las reglas y los moldes. ¿Por qué no fermentar en tinaja? Estamos en La Rioja, no perdamos este punto de vista, hacer cosas distintas requiere valentía en una zona tan tradicional. Alonso y Pedrajo se atreve con todo.

Su Malvasía riojana (blanco macerado) y su rosado
El blanco que hoy probamos es un monovarietal de Malvasía Riojana. Viñedos de más de 80 años de suelo arcillo-calcáreo a una altitud de 540 metros en Villalba de Rioja. Racimos estrujados y encubados en barro y barricas de 500 litros. Siempre buscamos ir lento, paso a paso, sin prisas. La maceración de 3 meses que precede a un suave prensado con hollejos. 7 meses más en barrica (muy neutra para evitar desvíos) con sus lías finas. Al final del proceso embotellado y otros 6 meses más en silencio hasta llegar a nuestras casas.
Hierba fresca, flores con toques del rocío de la noche anterior, algo de la bollería que nuestras abuelas nos traían para desayunar, delicia untuosa, membrillo con el toque justo de dulzor y algo de hierbas secas.
El rosado es fruto del cupaje del 75% de Maturana Blanca y el 25% de Maturana Tinta. Viñas más jóvenes que las anteriores que yacen a las faldas de los Montes Obarenes. La cofermentación de estas dos variedades y su maceración de tres meses en tinaja de barro crean el Pantone que caracteriza a este vino. En copa un rosa pálido con pequeños toques acerados brillantes que hace parpadear.
Intenso, flores violetas silvestres, delicado, suaves cítricos, pomelo algo dulce, movimiento y alegría en la boca, sedosidad en la lengua, presencia de fruta madura, suave toque de manzana y pera mordidas en una tarde de verano. Sensibilidad en cada gota.
Después de probar estos vinos, quizás habría que plantearnos que no hace falta innovar sino volver al origen. No hace falta ser originales constantemente sino escuchar a nuestros antepasados y valorar lo que ellos han construido: una manera fiel y transparente de ver la vida. Una vida que hoy se sirve en copa en color blanco y rosado.