Hay un momento en la vida de un hombre —o de un casi hombre— que tiene que enfrentarse a esa gran responsabilidad de elegir un vino en un restaurante. Supongamos que este joven está en su primera cita en un restaurante caro y le entregan, además de la carta de comida, una carta de vinos más pesada que un ordenador portátil. No nos engañemos, con suerte conoce uno de los vinos, y de todos modos los está buscando por la columna de precios (decisión, por otro lado, muy inteligente).
Esto pasa todos los días y, a menudo, se ve gente pasando página tras página como si de verdad entendiesen algo, cuando en realidad lo que hacen es rezar para que alguno de esos nombres les suene, sepan pronunciarlo y/o no cueste más que la cena (tema aparte el de los márgenes de precio de los vinos en los restaurantes).
Muchos dirán entonces -Pascual Drake seguro, con tal de llevarme la contraria— que estas cartas son absurdas y que sería mejor tener una pequeña cuartilla con tres o cuatro opciones por tipo de vino y para de contar.
No digo que para ciertos tipos de restaurantes no sea esa la mejor opción, lo es. Pero para un restaurante que ofrece comida de cuidada calidad y elaboración me parece fundamental que haya una cuidada y extensa selección de vino también.
Y me gustaría argumentar esto en dos partes.
El vino como banda sonora
Ya hice, en un post anterior, una analogía del vino y los discos de música. Para mi elegir un vino, en mi casa o en un restaurante, es igual que elegir una canción. Tengo que encontrar el vino ideal para ese momento. Y quizá después de esa primera botella elegir otra que acompañe bien a la anterior.
Y diría que ese momento me gusta casi tanto como el hecho de beber el vino. Me recuerda a esos paseos por las librerías, por las tiendas de discos o por un videoclub. Siento la misma emoción que al elegir la música para un viaje en coche, los libros para meter en la maleta, o los destinos de un viaje estival.
Una carta de vino larga me da la opción, o al menos crea la ilusión, de elegir el vino idóneo: el vino perfecto.
Una carta de vino ya no es un trozo de papel
Antes quizá han compadecido a nuestro joven en su cita romántica. ¿Verdad? Pues no lo hagan.
En primer lugar porque podría haber consultado al sumiller; que para eso está.
En segundo lugar, aún más importante, porque hoy en día las cartas de vino son hipertextuales. Al margen de las cartas en iPads, o similares, que se empiezan a ver ahora —y que me parecen fabulosas—, todos tenemos un smartphone que nos permite consultar cualquier vino que queramos.
Todos esos nombres de bodegas, de sitios, de uvas extraños pueden cobrar sentido al instante. Podemos, por ejemplo, buscar vinos similares a otros que nos gustaron. Vinos que ya habíamos probado y nos habían gustado. Averiguar que el precio de un vino en carta es una estafa. O incluso ver la puntuación y la opinión de un amigo tuyo sobre un vino en cuestión.
No tengáis miedo a las cartas largas de vino. Además, si no os apetece elegir, siempre podéis pedir el vino de la casa.