The Fat Duck, un viaje gastronómico infantil

The Fat Duck es un viaje. Una experiencia nostálgica a través de recuerdos felices, vitalistas, repletos de curiosidad, aventuras y descubrimientos infantiles. Un periplo por la memoria más niña de Heston Blumenthal, uno de los cocineros británicos más populares y uno de los más punteros del planeta, circunscrito a un día. El menú del restaurante es el itinerario y los platos las diferentes paradas de la particular marcha.

En esta casa del siglo XVI situada a apenas una hora de Londres, comienza el viaje — de unas tres horas y media de duración, como mínimo— con el día previo. Aunque sea mediodía y plena noche. Sin moverse ni de la silla ni de la mesa, por supuesto. Y con una obra infantil emblemática, como Alicia en el país de las maravillas, como un telón de fondo más de lo que allí acontece.

Restaurante The Fat Duck

Reflexionando sobre si estamos todavía allí o no, lo que reza la carta en su inicio, se nos presenta un plato llamado «Change-of-air» y otro «Just the tonic!». Pasa esa noche previa, repleta de nervios, con los primeros bocados dados, estamos en la mañana de ese día de viaje infantil. «Levántate y brilla, es la hora del desayuno», y llega el susodicho. Con unos supuestos cereales en sus cajas, acompañados por un bol y por leche. Sorprendente.

Restaurante The Fat Duck

Llega la mañana y uno se acerca al mar. Y lo come. Y se acerca a la furgoneta de los helados. Y se divierte. Por la tarde, toca un paseo por el bosque a través de dos platos. Y finalmente llega la noche, con una cena de tres platos, con entrante, plato principal y postre. ¿Fin? Nada de eso. Es el tiempo de dormir, y durmiendo, en este viaje, también se come. Contando ovejitas, concretamente, así se llama la creación.

¿Y ahora sí que termina? Sí, pero con el sueño. Lo verdaderamente dulce. Un plato que es como un niño en una tienda de golosinas. Lo que promete, lo cumple.

Restaurante The Fat Duck

La aventura, un constante ir y venir de trampantojos y juegos culinarios, con un equipo de sala metido dentro de la historia y un juego de luces en el restaurante que aclimatan el ambiente con el aspecto de cada momento del día, redondean una experiencia que la mayoría califica como única. La reinvención que llevó a cabo hace un tiempo Blumenthal con The Fat Duck valió la pena. Con creces. Superados problemas del pasado, brilla y brilla.