De la cuna del pensamiento provienen las mejores aceitunas negras que probablemente existan, unas olivas que adoptan su nombre de la ciudad que ostenta la capitalidad de Mesenia, en el Peloponeso, y se las conoce por su forma almendrada, su inconfundible color morado oscurecido, su destacado dulzor y su deliciosa carnosidad; estamos hablando, como es obvio, de las aceitunas kalamata.
Estas se consumen como aperitivo, se emplean para elaborar patés junto con queso feta, pueden servirnos para preparar un tapenade como bien nos recomendaría un provenzano y forman parte indispensable de la clásica ensalada griega, pero si de alguna manera nos las solemos encontrar frecuentemente es en salmuera o aceite, un modo de conservación que en manos de los hermanos Panayiotis y Yorgo de My Olive Tree se torna completamente delicatessen.
El secreto para convertir una simple mezcla conservadora en una exquisitez es la receta familiar que a lo largo de varias generaciones esta familia griega ha conservado en su seno. Hace unos años decidieron compartir su conocimiento de los olivares, las aceitunas y el aceite con el mundo a través de su empresa y, rodeados de los mejores, han lazando productos como las kalamata en sal de mar, vinagre y aceite de oliva virgen extra.
El resultado no puede ser mejor. Las aceitunas griegas por antonomasia, las mejores olivas negras que podemos encontrar, se presentan tras salir de los campos de My Olive Tree y ser elaboradas según su magistral receta con un aroma embriagador, un sabor inigualable y la convicción de ser una de las representaciones más primarias de la más pura esencia de la gastronomía griega. Ahí queda eso.